héroe

        Hace unos días me tocó ser un espectador privilegiado en una situación extraña, algo que pasó desapercibido al resto del mundo excepto para unas pocas personas: una mujer __de no más de treinta y cinco años__ que estaba parada en lo alto de las escaleras del metro y sus dos hijos, uno de ellos todavía en el carrito __no podía tener más de un año de vida__ y otro __tres años mayor__ que iba andando y agarraba uno de los hierros del carro. La mujer estaba indecisa, el túnel de las escaleras era demasiado estrecho e inclinado y la gente pasando a su lado sin registrar la escena, excepto… un tipo joven __malencarado__ que los vio, los miró y se fue directamente a ellos. Yo  __que había dejado mi posición contra la pared de un comercio y me estaba acercando con un cigarro en los labios__  me detuve cuando vi que el joven, con una sonrisa sincera y mirando directamente a la madre, ofreció su ayuda, y casi al mismo tiempo que esta le era aceptada fue a agarrar él solo el carro para bajarlo. Aquí, justo en ese momento__ fue donde se reveló el héroe de nuestra historia: el hermano mayor, sin soltar el carro  miró directamente a los ojos del tipo. Este, sorprendido, bajó la mirada interrogante hacia él, y el niño, sin dejar de mirarlo, apretó con más fuerza el carro, con un gesto de desafío y bravura en sus pequeños ojos. Fue cuestión de segundos durante los cuales el pequeño, sabiéndose inferior, encaró a aquel que podía hacerle comer polvo en un segundo. La madre, dándose cuenta de lo que ocurría, le dirigió a su hijo unas palabras __tranquilizadoras, supuse__ y le tomó de la mano, que ya estaba blanca del esfuerzo de agarrar los fierros. El joven, sonriendo, se limitó a bajar el carrito hasta el andén y esperó, tranquilo, a que bajara el resto de la familia. Yo, a todo esto, había tirado mi cigarro y los había seguido hasta abajo. Aún pude descubrir otra mirada del silencioso niño, mientras terminaba de bajar con pequeños pasos y esfuerzo los últimos escalones, dirigida hacia el tipo posándose luego en su hermanito.
Me puedo imaginar o, mejor dicho, me quiero imaginar a ese niño creciendo, sobreviviendo a la infancia, a la escuela, a un primer amor, sobreviviendo a la vida. Y me lo imagino de mayor, con cicatrices en las rodillas y en el alma, agarrando de nuevo, no una sino muchas veces más, el hierro de otros carros, de otros desvalidos y con la misma mirada gallarda, férrea que le vi aquel día. Una mirada de las que no se diluyen en el tiempo, que puede mover montañas, hacer nacer revoluciones o, simplemente, salvar la esperanza de alguien que necesita un héroe para que el escepticismo que le provoca este mundo, no conquiste del todo su espíritu. Mi espíritu.

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